Para el Jubileo del 2000, luego de dos años de intensa labor, Carlos Daniel Pallarols finalizó la obra en platería religiosa de mayor envergadura a la que un orfebre puede aspirar: la ornamentación del Altar Mayor y del Púlpito de la Catedral Metropolitana de Buenos Aires.
El Altar, ubicado bajo la cúpula central, donde diariamente se celebra la Santa Misa, mide tres metros de frente y casi un metro y medio en los laterales.
"Algo me pasó con el Altar de la Catedral; antes de hacerlo, sabía que alguna vez lo realizaría"
Su diseño reproduce elementos clásicos de la liturgia: la Cruz en el centro simboliza a Cristo; a sus lados, las letras alfa y omega (el principio y el fin de todas las cosas). Las espigas de trigo y las vides representan el pan y el vino.
Además, los peces que adornan los laterales del altar tienen un doble significado: aluden al milagro de la multiplicación de los peces y los panes y a la contraseña utilizada por los primeros cristianos para identificarse entre ellos y evitar la persecución.
El artista realizó la obra en su taller.
La instalación llevó más de 1000 tornillos, imperceptibles a la vista, y demandó 15 noches.
Un día, en el año 1996, le tomé las medidas y las aprendí de memoria. Lo miraba y me decía: ‘No tiene nada que ver este Altar con la Catedral’, porque era un bloque de mármol travertino, despojado de ornamentos.
Pensaba: ‘Acá tendría que haber una pieza que respete el estilo de la Catedral’.
Recuerdo cuando me llamó el Secretario del Cardenal y me dijo: ‘Carlos, el altar tiene que ser distinto. ¿Podés venir a tomar las medidas?’. Le contesté: ‘Las medidas ya las sé: 3 metros 5 milímetros por 0,65 metros de ancho; los costados tienen 1 metro y 30 centímetros. Tenía el presentimiento de que el Altar lo iba a hacer yo. Era un poco compartir un lugar en la Catedral con mi bisabuelo, con mi abuelo y mi padre.”
Esta obra cumplió un viejo sueño, casi una señal del destino, un anhelo.